21 mar 2006

Ícaro u Otra forma de volar









Si se muere la fe,/ si huye la calma,/ si sólo abrojos nuestra planta pisa,/ lanza a la faz la tempestad del alma,/un relámpago triste: la sonrisa.
Reír llorando




La primera vez que miró el sitio nada sabía de él, pero a poco el estilo Salpetriè la atraparía. Caminó por la majestuosa escalera central que custodiaban dos rampas que luego fueron colocadas una a una en La Casa Grande de los Legionarios de Cristo. 

Sus extraños ojos verdes se agrandaban buscando una dirección perdida. Debía encontrar a su profesor. Ya era tarde, siguió apresurando el paso hasta llegar al jardín que dividía los pabellones, y entonces decidió correr por una de las avenidas hasta llegar a la recepción.
  
 -"Pobre gente”- Dijo con el poco aliento que le quedaba. Las salas en los hospitales no han cambiado mucho,  la gente espera, como siempre...

-¡Señorita Marín es usted la última persona a la que creí ver hoy! ¡Creo que hay que revisar el reloj con más frecuencia, Se-ño-ri-ta!

Eugenia asintió ruborizada, no había más qué decir. La mole frente a ella se acercó al archivero, sacó de él un fajo de hojas sostenidas por una endeble cartulina que cayó de mal modo en su  lado del escritorio.

-Venga conmigo que le mostraré al paciente que deberá dar seguimiento. 

Cediéndole paso caminaron por el pasillo y le mostraba los servicios del lugar. Fueron de nuevo por la sala donde las personas esperaban el turno de atención, luego por la farmacia, la biblioteca y el cuarto del médico de guardia. Era un gran palacio, el palacio de Mixcoac.

Eugenia parecía volar detrás del hombre que daba grandes zancadas.
-Imposible llevarle el paso, ¡cómo alcanzarlo!- Pensaba, mientras hacía de nuevo el esfuerzo… 

-¡Llegamos! 

El  viejo tomó la bajara que  era  la historia clínica que Genia llevaba en las  manos, hurgando tomó un documento y colocó una fotografía a blanco y negro en la punta de  la fina nariz de la chica. Era la cara de un hombre joven que iluminaba a la mitad una  amplia y seca sonrisa, el cabello era largo, rizado y luminoso. A la visión siguió una embestida de palabras:

-Este es Cristóbal. Masculino de 30 años, soltero, sin hijos, su origen étnico: sajón, habla tres idiomas. Religión: Agnóstico,  con  fobia a  los perros. Es fumador regular, bebedor asiduo. 

-¡Ah! Y por si es de su interés… Su ideología política es liberal de izquierda, y vive solo al sur  del la ciudad en la zona colibrí. Suele no ser agresivo, pero éste paciente tiene accesos de violencia pasiva y de autoviolencia que derivan en violencia psicológica.

-Habla poco en general. Es un hombre inteligente, ¿no le  parece? Lo verá cercano a los pasillos queriendo acercarse a las oficinas. Éste paciente es ambulatorio y justo es por eso que le debemos un cuidado especial, manténgase a distancia, dé espacio y procure por favor avisar al médico de guardia si es que ve que algo sospechoso.

-No intente ver qué es lo que lleva en las manos… ¡Y por favor señorita Marín sea usted puntual! Recalcó, devolviéndole la historia clínica. 


A Genia no le quedó más que nuevamente asentir. El hombre  abrió la puerta de golpe y de entre cinco camastros se dirigió a uno donde estaba un hombre empequeñecido, con la talla no de alguien de treinta años, sino la de un chico de diez y seis con la piel opaca y los ojos apagados.

-¡Buenos Días!… Bueno, ya tardes, ¿verdad...? Vengo a presentarle a nuestra nueva asistente, la señorita Genia Marín. Ella será desde hoy quien estará a cargo de esta zona del hospital, espero Cristóbal contar con su colaboración como siempre… ¡mhm!

Esperó su respuesta, pero el hombre sólo pudo hacer lo mismo que Genia, asentir.

-Sé que puedo contar con ello, ¿Verdad Cristóbal?- Insistió.

El hombre viró la cabeza y la gran cantidad de canas escondidas en la sien aparecieron con el sol, con algo de compasión miró al viejo maestro y le dijo con voz muy profunda y palabras claras:

-Si Doctor, usted ya sabe que suelo ser muy cooperativo.

-No esperaba menos de usted. Se lo agradezco. Uno no espera menos de alguien  como  usted, con sus  conocimientos... Y sin dejar de mirarlo, dijo:

-Señorita Marín, haga el favor de acompañar Cristóbal al comedor, es tarde para el almuerzo y supongo que nuestro amigo tendrá hambre ya, ¿o no?

-La habitual Doctor, sólo la habitual. Dijo el hombre y esbozó una felina sonrisa.

Salieron del pabellón y lentamente se acercaron a la entrada del  comedor general. Así  comenzó  todo.

Genia sentada en la banquita del pasillo, recordó mientras leía somnolienta por el calor sofocante, algunas recomendaciones de la enfermera con respecto a su paciente. Le dijo que debía ser cuidadosa con el tiempo de salida a los jardines.
Las manchas sobre la piel eran por sobreexposición solar. Y si Cristóbal evitaba alejarse del rayo de las doce, generalmente había que llamar al médico en turno pidiendo ayuda.

La chica estaba abrumada, había pasado de pronto a ser la niñera de un adicto al sol, que se insolaba. Por otro lado, el hombre era casi imperceptible, de no ser porque mantenía un dedo índice en la boca, y cada tanto, de pronto al caminar por el pasillo lo pasaba por la orilla de del piso. Ella volteaba, el hombre levantaba el brazo de inmediato haciendo la mueca de quien salpica agua de una fuente y sonreía.


Azorada por el profesor, no sólo debía cuidar Cristóbal,  sino entregar reportes diarios de lo que sucedía. Ella no siguió en su investigación documental por algunos días más. 

Siempre la misma rutina, hasta que él preguntó:
-¿Qué? ¿Qué me ves?

-Nada- Dijo con voz tenaz.

-Soy un hombre de ciencia, ¿y tú? ¡Tú eres un bruja, sólo las brujas tienen esos ojos tan grandes y extraños!

-¿Sabes qué hace un científico?- La mirada se le perdió por un momento. De vuelta al mirarla, ya estaba de mejor semblante.

-No lo sé ¿Por qué no me lo cuenta? Dijo y esperó…

-Un científico… Es el que estudia la vida. Yo tomaba clases, hace no mucho en el edificio de Ezequiel Montes 115, salvo las clases de bioquímica y algunos laboratorios que tomábamos en la Casa del Lago, en el Bosque de Chapultepec donde entonces estaba el Instituto de Biología ¿Conoces Chapultepec?

-¿Te gusta el Sol? Yo creo que es la fuerza más grande de todo el sistema solar, ¿no te parece? Poca  gente  sabe que es un  gran imán, atrae todo  hacia  su centro. Si pudiéramos transformar los  minerales  de  nuestro  cuerpo  en  mayor  concentración. Si no  fuéramos  tanta  agua, ¡carajo!
Genia dijo: "Sí". Lo tomó del brazo izquierdo y comenzaron a hablar de lo que  Cristóbal sabía. Lo llevó caminando despacio al pabellón. Fue así durante par de días.

La rutina había cambiado. Ella en lugar de leer, dedicó más tiempo a las preguntas sobre la teoría de la  materia que su paciente sostenía con vehemencia. Era fascinante, incluso tenían cosas en común, habían caminado por los mismos pasillos. Pasó algún tiempo intentando estudiar la historia de su paciente, pero el cansancio la rendía. Durante noches se quedó dormida pensando en qué preguntar. 

Justo el sábado siguiente a su primer encuentro Cristóbal  no estaba en el  camastro esperando que su compañera lo llevara al almuerzo. La enfermera del pabellón le informó que había sido llevado de urgencia al hospital.

-Vi cuando se agachó en la esquina del pasillo, inmediatamente se tiró al piso, se puso en posición fetal y no hubo poder humano que le pudiera quitar de ahí. Me fui corriendo por el doctor que estaba dormido porque tuvo que atender a un paciente del pabellón cuatro en la madrugada ¡Le grité!, ¡le grité! ¡pero nada! ¡Al final tuve que sacarlo casi a rastras! Cuando le dije que era Cristóbal despertó y corrimos hasta allá. Lo estaban vigilando dos de los estudiantes, deben ser tus compañeros.

Eugenia vio su vida correr en ese momento. A su madre recriminándole los sacrificios para que estudiara...  Vio mucha cosas, incluso previó lo que su viejo profesor le diría:

-Señorita Marín, mi deber como profesor, es darle guía a mis alumnos. Y si bien era importante la generación de conocimientos e inquietudes derivadas de la lógica curiosidad profesional, era su deber conocer el expediente completo ¡Todo esto es su  culpa! ¡No es fortuito que el Señor C. hubiera ingerido tachuelas y trozos de pequeños metales, si deambulaba cerca de las oficinas y si claro, usted hubiera previsto sus paseos! 


El maestro le sugirió no presentarse hasta que el paciente dejara tres días de convalecencia, aún ya dado de alta y en el hospital, pero Eugenia pidió autorización al profesor para visitarlo en cuanto saliera de terapia intensiva. 

Cristóbal estaba pálido ahora, el sol no le había tocado y parece que la operación no había sido sencilla…

-Buenas tardes. Titubeó.

-Hola Bruja, para ti siempre son "tardes", ¿no?- Apenas podía hacer esfuerzo y una mueca burlona salió de su boca.

-“Sí...”¿Qué fue lo que pasó, sabe usted lo que se ha provocado? ¡Es que... Un desgarre así... ¡ ...no es cualquier cosa! 

-¡Sshh! Ven calma, tu lo entenderás… Imagina que podemos volar, pero no con alas, no somos ángeles.  Lo que sí somos es conductores de energía. Materia hecha de agua en general, el agua es un buen conductor, y el metal también.

¿Sabes que el Sol es el más grande magneto de nuestro sistema? Todo gira a su alrededor ¡Es por él que estamos aquí, por su energía, su enorme temperatura nos alimenta y atrae todos los días! 

-¡El Planeta todo se mueve en su rededor!  ¡Yo quiero llegar hasta el!
Si sólo  me dejaran salir de  aquí, podría demostrar cómo podemos ser como alfileres atraídos hacia  el  gran magneto ¡Podríamos volar irremediablemente! 

Ahí, en su mente el tiempo no pasaba, ni pasaría. Eugenia no volvió al hospital, tampoco supo más de  Cristóbal. Dos años más tarde se llevó a cabo la “Operación Castañeda” y sus tres mil pacientes desaparecerían, poco a poco, sigilosos como el paso de su voz por el mundo.

Una noche se plantó junto a un hombre que miraba interesado, igual que ella, la fachada del lugar, pero en su mente retumbaban ideas diferentes. Él pensaba en numerar cada bloque para poder reconstruirla en otro sitio,  que desde entonces sería “La Casa Grande” de Amecameca...

El tiempo se  detuvo un momento. Un recuerdo húmedo de jardín llegó  a su cuerpo y escuchó la voz triste de un hombre que decía:

“El carnaval del mundo engaña tanto, que las vidas son breves mascaradas; aquí aprendemos a reír con llanto y también a llorar con carcajadas”.




GRACIAS A JACINTO LARA POR EL FAVOR DE SU ARTE:

¡Sí!

transeunte.org