Si se muere la fe,/ si huye la calma,/ si sólo abrojos nuestra planta pisa,/ lanza a la faz la tempestad del alma,/un relámpago triste: la sonrisa. 
Reír  llorando
La  primera  vez que   miró  el  sitio nada  sabía de  él,  pero a  poco  el estilo  Salpetriè  la atraparía. Caminó  por   la  majestuosa  escalera  central  que  custodiaban  dos  rampas que luego fueron  colocadas  una a  una en La Casa  Grande  de  los Legionarios de  Cristo. 
Sus extraños ojos verdes se agrandaban buscando una dirección perdida. Debía encontrar a  su  profesor. Ya era   tarde,  siguió  apresurando el  paso  hasta  llegar  al  jardín que  dividía  los  pabellones, y entonces decidió  correr por  una de las   avenidas   hasta llegar a  la  recepción.
 -"Pobre  gente”- Dijo  con el  poco  aliento que  le quedaba. Las salas en los hospitales no han cambiado mucho,  la gente espera, como siempre... 
-¡Señorita   Marín  es   usted   la  última persona   a la que creí ver  hoy! ¡Creo que  hay  que  revisar   el  reloj  con  más  frecuencia, Se-ño-ri-ta! 
Eugenia  asintió ruborizada,  no  había  más qué decir. La mole frente a ella se   acercó  al  archivero, sacó   de él  un fajo de   hojas  sostenidas  por una endeble  cartulina que cayó de  mal  modo en su  lado del escritorio.
-Venga  conmigo  que  le  mostraré al paciente que deberá dar seguimiento. 
Cediéndole  paso caminaron por el  pasillo y le  mostraba  los  servicios  del  lugar. Fueron  de   nuevo  por   la  sala donde   las  personas  esperaban  el  turno de atención,  luego  por   la farmacia, la biblioteca y el cuarto del médico de guardia. Era un gran palacio, el  palacio de  Mixcoac.
Eugenia  parecía  volar detrás  del   hombre que  daba   grandes  zancadas.
-Imposible  llevarle el  paso,  ¡cómo alcanzarlo!- Pensaba,  mientras  hacía de  nuevo  el esfuerzo… 
-¡Llegamos!  
El  viejo tomó la bajara que  era  la historia clínica que Genia llevaba en las  manos, hurgando tomó un documento y colocó  una  fotografía a blanco  y  negro en  la  punta de  la fina nariz de la chica. Era la cara de  un  hombre joven que  iluminaba a la  mitad una  amplia y seca sonrisa, el cabello era largo, rizado  y  luminoso. A la visión siguió una embestida de palabras:
-Este  es Cristóbal. Masculino de  30  años,  soltero, sin  hijos, su origen étnico: sajón,  habla tres idiomas. Religión: Agnóstico,  con  fobia a  los perros. Es fumador  regular,  bebedor asiduo. 
-¡Ah!  Y por si es de  su  interés… Su  ideología  política es liberal de  izquierda, y  vive solo al sur  del la ciudad en la zona colibrí. Suele  no ser  agresivo,  pero   éste  paciente  tiene accesos de  violencia  pasiva y de autoviolencia  que derivan en  violencia  psicológica.
-Habla  poco  en general. Es  un hombre  inteligente, ¿no le  parece? Lo verá  cercano a  los  pasillos  queriendo  acercarse a   las  oficinas. Éste  paciente es  ambulatorio y  justo  es por eso que le debemos un  cuidado especial, manténgase a  distancia, dé  espacio  y  procure   por   favor  avisar  al  médico de  guardia  si es  que  ve  que algo sospechoso.
-No  intente  ver  qué es  lo que  lleva   en las  manos… ¡Y  por  favor   señorita  Marín sea  usted  puntual! Recalcó, devolviéndole  la  historia  clínica. 
A Genia  no le  quedó  más que  nuevamente asentir. El hombre   abrió la  puerta  de golpe  y de  entre  cinco camastros  se  dirigió a  uno  donde estaba  un  hombre  empequeñecido, con la  talla no de alguien de  treinta años, sino  la de un  chico de diez y seis con la  piel  opaca y  los  ojos  apagados.
-¡Buenos  Días!… Bueno,  ya  tardes, ¿verdad...?  Vengo a  presentarle a  nuestra nueva  asistente, la  señorita Genia  Marín. Ella  será  desde   hoy  quien  estará a cargo de esta  zona del  hospital,  espero Cristóbal   contar  con su  colaboración como  siempre… ¡mhm!
Esperó  su  respuesta,  pero  el  hombre  sólo  pudo   hacer  lo mismo que Genia, asentir.
-Sé  que  puedo  contar  con ello,  ¿Verdad Cristóbal?-  Insistió.
El   hombre viró  la  cabeza y la  gran cantidad de  canas  escondidas en la  sien aparecieron con el  sol,  con  algo de  compasión  miró  al  viejo maestro  y le  dijo con  voz  muy  profunda  y palabras claras: 
-Si  Doctor,  usted  ya sabe  que suelo ser  muy   cooperativo.
-No  esperaba menos de  usted. Se  lo agradezco. Uno  no espera  menos de alguien  como  usted, con sus  conocimientos... Y  sin  dejar de  mirarlo, dijo:
-Señorita  Marín,  haga el  favor de  acompañar Cristóbal al  comedor,  es  tarde para el almuerzo y  supongo que  nuestro  amigo  tendrá   hambre  ya,  ¿o no?
-La  habitual  Doctor,  sólo  la  habitual. Dijo  el  hombre y  esbozó una felina sonrisa.
Salieron del pabellón y lentamente se  acercaron  a  la  entrada del  comedor  general. Así  comenzó  todo.
Genia sentada  en  la  banquita   del  pasillo,  recordó  mientras  leía somnolienta  por el calor sofocante, algunas  recomendaciones  de  la  enfermera  con respecto a  su  paciente. Le  dijo que  debía ser  cuidadosa con el  tiempo de  salida a los  jardines.
Las  manchas  sobre  la  piel   eran  por  sobreexposición solar. Y si Cristóbal evitaba  alejarse  del  rayo de  las   doce, generalmente  había que  llamar al  médico en turno pidiendo ayuda.
La  chica  estaba  abrumada,  había pasado de  pronto  a ser la niñera  de  un adicto al sol, que se  insolaba. Por  otro lado, el  hombre  era  casi   imperceptible, de  no ser  porque mantenía  un dedo  índice  en la  boca,  y cada tanto, de  pronto   al  caminar  por el pasillo  lo pasaba por  la   orilla  de   del  piso. Ella  volteaba, el  hombre   levantaba  el  brazo de  inmediato haciendo  la  mueca de quien  salpica   agua  de   una  fuente y  sonreía.
Azorada  por   el  profesor, no sólo debía   cuidar Cristóbal,  sino   entregar   reportes   diarios de   lo que sucedía. Ella no siguió en su  investigación  documental  por algunos  días  más. 
Siempre   la  misma  rutina, hasta que él  preguntó: 
-¿Qué? ¿Qué  me  ves?
-Nada- Dijo  con  voz  tenaz.
-Soy un hombre de ciencia, ¿y  tú? ¡Tú eres  un bruja,  sólo  las brujas  tienen esos  ojos tan grandes y extraños! 
-¿Sabes qué hace  un científico?- La  mirada  se  le  perdió  por  un  momento. De vuelta al mirarla, ya   estaba de  mejor  semblante.
-No  lo sé ¿Por qué no me  lo  cuenta? Dijo  y esperó…
-Un científico… Es  el que estudia  la  vida. Yo tomaba  clases, hace no  mucho en el edificio de Ezequiel Montes 115, salvo las clases de bioquímica y algunos laboratorios que tomábamos en la Casa del Lago, en el Bosque de Chapultepec donde  entonces estaba el Instituto de Biología ¿Conoces  Chapultepec?
-¿Te  gusta  el  Sol? Yo creo que es  la  fuerza  más  grande  de todo el sistema solar,  ¿no te parece? Poca  gente  sabe que es un  gran imán, atrae todo  hacia  su centro. Si pudiéramos transformar los  minerales  de  nuestro  cuerpo  en  mayor  concentración. Si no  fuéramos  tanta  agua, ¡carajo!
Genia   dijo: "Sí". Lo  tomó del  brazo izquierdo y  comenzaron a hablar de   lo que  Cristóbal  sabía. Lo  llevó caminando despacio  al  pabellón. Fue así durante  par de  días.
La  rutina  había  cambiado. Ella  en lugar de  leer, dedicó más tiempo a las  preguntas sobre la teoría de la  materia que su paciente sostenía con vehemencia. Era  fascinante, incluso  tenían  cosas  en común, habían  caminado  por  los  mismos  pasillos. Pasó algún tiempo intentando estudiar la  historia de  su  paciente, pero el cansancio la rendía. Durante noches se quedó  dormida pensando en qué preguntar. 
Justo el sábado siguiente a  su   primer encuentro Cristóbal  no estaba  en el   camastro  esperando  que  su  compañera  lo  llevara  al  almuerzo. La  enfermera del  pabellón  le  informó  que   había sido  llevado de  urgencia  al hospital.
-Vi cuando se  agachó en la  esquina del  pasillo,  inmediatamente se tiró al  piso,  se   puso en posición fetal  y  no   hubo  poder   humano  que   le   pudiera  quitar  de  ahí. Me  fui corriendo por el  doctor que estaba  dormido  porque  tuvo que  atender  a  un paciente del   pabellón  cuatro  en la  madrugada ¡Le  grité!, ¡le  grité! ¡pero  nada! ¡Al  final   tuve que   sacarlo  casi a  rastras! Cuando  le   dije que era Cristóbal despertó y corrimos  hasta  allá. Lo estaban  vigilando  dos  de  los  estudiantes,  deben ser  tus  compañeros.
Eugenia  vio  su vida   correr  en ese  momento. A su madre recriminándole  los  sacrificios  para que estudiara...  Vio  mucha  cosas,  incluso previó  lo que su viejo  profesor le diría:
-Señorita  Marín,  mi deber  como  profesor, es  darle  guía  a mis  alumnos. Y si  bien  era importante   la  generación de  conocimientos  e inquietudes   derivadas de  la lógica  curiosidad  profesional, era  su deber   conocer   el  expediente completo ¡Todo esto es su  culpa! ¡No es  fortuito que el  Señor  C.  hubiera ingerido tachuelas y trozos de pequeños metales,  si deambulaba cerca de  las oficinas y si claro, usted hubiera  previsto  sus  paseos! 
El   maestro le  sugirió  no  presentarse   hasta que el  paciente  dejara   tres  días de  convalecencia,  aún ya  dado de  alta  y en el  hospital, pero  Eugenia   pidió  autorización al  profesor  para  visitarlo  en cuanto  saliera de   terapia  intensiva. 
Cristóbal estaba  pálido ahora,  el  sol  no  le  había  tocado  y  parece que  la  operación no  había sido  sencilla…
-Buenas  tardes. Titubeó.
-Hola Bruja, para  ti  siempre   son  "tardes", ¿no?- Apenas  podía  hacer  esfuerzo  y  una  mueca  burlona  salió de  su  boca.
-“Sí...”¿Qué  fue  lo que  pasó,  sabe  usted  lo que se  ha  provocado?  ¡Es que... Un desgarre así...  ¡ ...no es cualquier  cosa! 
-¡Sshh! Ven calma,  tu  lo entenderás… Imagina  que   podemos   volar, pero  no  con alas, no somos  ángeles.  Lo que sí  somos  es   conductores de  energía. Materia hecha de  agua en  general, el agua  es  un buen  conductor, y  el  metal  también.
¿Sabes que  el  Sol  es  el  más  grande  magneto  de  nuestro sistema? Todo gira a su alrededor ¡Es  por  él  que estamos  aquí,  por  su energía, su  enorme  temperatura nos  alimenta y atrae todos   los  días! 
-¡El  Planeta todo se  mueve en su rededor!  ¡Yo quiero llegar hasta el! 
Si sólo  me dejaran salir de  aquí, podría demostrar cómo podemos ser como alfileres atraídos hacia  el  gran magneto ¡Podríamos volar irremediablemente!  
Ahí,  en su mente el  tiempo  no pasaba, ni  pasaría. Eugenia  no  volvió al  hospital, tampoco  supo  más de  Cristóbal. Dos  años  más  tarde  se  llevó a cabo la “Operación Castañeda” y sus tres mil  pacientes desaparecerían,  poco a  poco, sigilosos  como el  paso  de  su voz por  el  mundo.
Una  noche  se  plantó  junto a  un hombre que  miraba interesado, igual que ella, la  fachada del  lugar, pero en su  mente  retumbaban  ideas  diferentes.  Él pensaba  en  numerar  cada  bloque   para  poder  reconstruirla  en  otro sitio,  que desde entonces sería “La  Casa  Grande” de  Amecameca... 
El tiempo se  detuvo un momento. Un recuerdo húmedo de jardín llegó  a su cuerpo y escuchó la voz triste de   un  hombre que  decía:
“El carnaval del mundo engaña tanto, que las vidas son breves mascaradas; aquí aprendemos a reír con llanto y también a llorar con carcajadas”.
GRACIAS A JACINTO  LARA   POR EL  FAVOR DE   SU  ARTE:


2 comentarios:
buena historia,, bueno de por si me gustan los finales nostalgicos o con tinte de este. Solo le faltaba la musica
La escena como la vida siempre deberia tener musica y menos silencios.
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